UNA PANCARTA
«Soy funcionaria, no voluntaria», rezaba una pancarta de una manifestante contra
los recortes sociales. Era una manera de recordar que ella y sus homólogos dependían
de un sueldo gubernamental, fijado por ley, y que el trabajo que desempeñaban no era
voluntario, sino remunerado más o menos convenientemente.
Si en lugar de ser funcionaria hubiera sido dependienta de una carnicería, su pancarta
habría podido recordar: «Soy empleada a sueldo, no funcionaria». Seguramente habría
querido indicar que no se le garantizaba un sueldo mensual para toda la vida porque,
al contrario del caso anterior, no pertenecía al privilegiado grupo de los funcionarios
a quienes se podía recortar el sueldo en caso de grave crisis económica, pero de ningún
modo prescindir de sus servicios y despedirlos.
Si en lugar de ser dependienta de una carnicería hubiera sido propietaria de una tienda
de camisetas para niños, su pancarta hubiera podido decir: «Soy trabajadora autónoma.
No soy funcionaria». En su caso se había agravado el problema con los créditos porque
habían disminuido los ingresos a raíz de una baja en las ventas por culpa de la crisis,
que afectaba a todo el mundo.
Si en lugar de ser trabajadora autónoma fuera un joven maestro que, por los recortes,
no encuentra trabajo en el sector público, o un joven médico en condiciones parecidas
y con un futuro igualmente afectado por la crisis, supongo que sus pancartas
en la manifestación dirían: «Soy maestro sin clase o médico sin pacientes. No soy
funcionario».
Todas estas reflexiones me las provocó la pancarta de la mujer en la manifestación contra
los recortes que afirmaba: «Soy funcionaria, no voluntaria». Era difícil no sentir empatía
por ella: tenía su trabajo fijo y de pronto a su sueldo le aplicaban un pequeño recorte para
que también ella contribuyera a combatir la crisis.
Ella no había provocado la crisis, como tampoco lo había hecho la carnicera,
la propietaria de la camisería, el maestro o el médico. Sin embargo, con motivo
de los recortes, la carnicera, la empleada en la tienda de camisetas, el maestro y el médico perdieron, todos ellos, sus puestos de trabajo. Y al sueldo de la «funcionaria, pero
no voluntaria» solo se le aplicó un recorte. Entonces pregunto: ¿quién tiene más razones
para quejarse y para protestar? ¿Los que se quedan sin empleo o los que ganarán un poco
menos? ¿De quién compadecerse más? ¿A quién le afectó más la crisis? La respuesta
parece obvia.
adaptado de Eduardo Punset, www.eduardopunset.es, marzo de 2012